viernes, 27 de enero de 2012

EL ODONTÓLOGO COREANO


La única variable que me importa para elegir un odontólogo de la cartilla es la cercanía. Nazca y Rivadavia. Doctor Chong Bing Lee. Excelente. Imagino un samurai con manejo de torno. La puerta de madera está al lado de un boliche clausurado. Empujo y abre. Subo un piso por escalera y toco timbre. En el pasillo hay otra puerta donde se anuncia un estudio de abogados y una más que no dice nada. Me abre una secretaria.

- ¿Estaba abierta la puerta de calle?
- No sé, empujé y se abrió.
- Eso está mal. 
- Yo la cerré bien –dice una coreana en la sala de espera-.

A excepción de las dos secretarias, todos en la sala son coreanos. Las revistas están escritas en coreano y hay jarrones de diversos tamaños. Las paredes son de un celeste verdoso, como de pileta techada de club. Me siento en unos silloncitos de mimbre, subo la mochila a la falda y la aprieto fuerte. Intento leer unos cuentos breves de Isidoro Blaisten, pero no me puedo concentrar. Sale un coreano pelado, de unos cuarenta años, flaco y alto. El ambo está a tono con el color de las paredes. Dice mi nombre. Paso al consultorio.

- ¿A qué te dedicás?
- Trabajo en radio –digo mientras pispeo un diploma que asegura que el doctor Lee estuvo en Montreal actualizándose en ortodoncia en 2003.
- Ustedes los periodistas son los que inventan un sentido común y mantienen viva la Matrix. Es como la caverna de Platón.
- ¿Usted es coreano?
- Nací en Seúl. Soy un “TAF”: Traído a la Fuerza. Vos debés ser “NYC”.
- ¿NYC?
- Nacido y Criado.
- Ah, sí. ¿Le gusta la filosofía?
- No es que me gusta, la filosofía es necesaria. Abrí grande y subí el mentón. Si te duele, alzá la mano.

Lee trabaja con fuerza y precisión. Cada tanto balbucea una melodía que no reconozco. A veces da indicaciones serenas, como un instructor de tai chi, anunciando hacia dónde tengo que mover la cabeza. Levanto la mano una sola vez, cuando rasquetea una muela a la derecha y arriba.

- Es la de juicio, no tiene ninguna función y te la voy a extraer. Podría arreglarla, pero es una zona difícil de acceder y no me gusta trabajar a ciegas. Cuando te la saque vas a sentir un vacío, pero nada más.
- ¿Le parece poco sentir el vacío, doctor?
- No es poco o mucho, es necesario.

Cuando Lee me indica que terminó la sesión, después de tomar agua y escupirla, voy a la mochila, saco mi libro y se lo regalo.

- “Claro que Dolerá”. Me gusta, se lo voy a decir a los pacientes antes de empezar. ¿Para vos qué es el dolor?
- Que me tenga que sacar la muela de juicio. Pero cuando escribí el libro pensaba en separación de la potencia, en estar alejado de lo que uno puede.
- Separación de la potencia. Puede ser, puede ser…
- Chau Lee, un placer. Hasta la próxima.
- Voy a pensar lo que dijiste del dolor. Pero vos pensalo más también. Y traé tu cepillo de dientes. No compres uno nuevo, traé el tuyo como esté.   




1 comentario:

  1. Die, estos diálogos son mucho mejor que los de Salinger en sus 9 cuentos, realmente (no tenés q hacerte cargo de lo que opino, claro). Si el coreano es inventado es un personaje maravilloso, si es real es una maravilla. Cualquiera sea la forma, quiero leer el próximo encuentro.

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