martes, 7 de febrero de 2012

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA - PARTE 2



Volvemos de Matheu a las siete de la mañana en el 60 semirápido. Tenemos que llegar antes de las ocho y media para abrirle a José, nuestro paladín de la heladera. Valeria reza por el artefacto en código ateo. Tal como pidió el técnico, dejamos el aparato descongelando 24 horas antes. El calor es insoportable. José llega a la hora pactada y enseguida hace un chiste: “El problema de mi trabajo es que nunca pueden ofrecerme algo frío para tomar”. Pone manos a la obra. Saca una cajita de madera con unas luces y una tecla. Es un medidor de ampers artesanal. Lo llama “el estetoscopio de manufactura personal”. Le convidamos un mate y, con una enorme sonrisa, explica que solo toma en su mate, con su yerba, a la temperatura de agua que a él le gusta y que además no lo comparte con nadie. La información contrasta con su gran cara de buen tipo. Empieza a desarmar la Bosch Frost Free. Valeria ordena ropa para distraerse. Yo fumo en el pasillo, como si estuviesen operando a un ser querido. Después de un rato me asomo para ver las vísceras de la heladera. José no dice nada. Ni siquiera onomatopeyas que pueda interpretar. Voy al comedor, intento leer un cuento de Abelardo Castillo y me parece malo. No paro de pensar en lo que José dijo la vez pasada. Si es la plaqueta, estamos fritos. Al rato escucho su voz desde la cocina: “Hay novedades”, dice firme. Valeria y yo salimos disparados desde distintas piezas. Lo rodeamos con caras atentas. “Es la plaqueta, chicos. Van a tener que llamar al service de la empresa. Yo no puedo hacer nada”. Es la derrota del trabajador artesanal, del tipo de oficio, contra la programación electrónica de las multinacionales. Es como ver a Messi perdiendo la pelota en el cerrojo perfecto de una defensa alemana. José nos cobra apenas la nafta de la camioneta. Le da un beso a Valeria, me aprieta fuerte la mano, recoge su bolso de cuero marrón y se va. Que no decaiga. Llamo al 0800 de la empresa. Me dan tres teléfonos para comunicarme con el service. Atiende un contestador con un locutor engolado, tan distinto a la mujer de José, que al escucharla del otro lado del tubo uno hasta casi siente el olor de la salsa bolgonesa que está cocinando. Marco el 2. Música tipo Vangelis. Me quiero cortar las venas con la plaqueta. Cada un minuto, el locutor engolado dice “su llamada es muy importante para nosotros, por favor aguarde”. Vangelis. Cuelgo. Llamo al segundo teléfono. La línea está congestionada. Llamo al tercero. Contestador engolado de nuevo. Marco 2. Ahora, en vez de música, suena. Tomo aire para escupir el parlamento al primer ser humano que me atienda. Suena. Suena, suena y suena. No para de sonar. Lo desesperante es que está sonando en alguna oficina vacía o hay una serie de pobres callcenters quemados que no dan abasto con las llamadas y encima escuchan el ring de nuevas comunicaciones sin poder atenderlas. Cuelgo. Voy a la página de internet. Pido servicio técnico llenando una planilla con todos mis datos. Que me mate la CIA, pero la heladera me la arreglan. Hay un último casillero que dice “Comentario Adicional”. Escribo en mayúscula: LA HELADERA DE SU MARCA DURÓ NADA MÁS QUE CUATRO AÑOS Y LOS TÉCNICOS NO CONSIGUEN LOS REPUESTOS DE LA PLAQUETA. OFREZCAN UNA SOLUCIÓN.

Continuará. 


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